En estos
momentos del proceso electoral suelen hacerse más visibles en el país los revolucionarios de café y los liberales de bolsillo. A pesar que tienen discursos diferentes, las
formas con que ambos conciben la política hacen que terminen coincidiendo en mantener lo que proclaman combatir.
Los primeros, los liberales de café, son críticos de todas las corrientes
políticas; la única verdad, casi sacrosanta, es la de su ideología, el único
candidato redentor es el suyo. No distinguen, quien es el contrincante principal en la política, por
eso repiten que el candidato (a) visible
de la izquierda esta infiltrado por
el imperialismo y que sus propuestas
ni siquiera son reformistas. Creen que
porque gritan tienen mayor razón y que las propuestas más radicales serán las
más aceptadas.
Hablan a
nombre del pueblo, pero éste en su mayoría no los elige como sus
representantes, pregonan la honestidad, pero en su práctica social son el típico
peruano que le hace trampa a la ley. Están lejos de aceptar que las categorías
y expectativas de las clases
sociales han variado, y por tanto las
recetas del marxismo también deberían ser distintas. Cuestionan
a los dinosaurios de la política y hablan de la unidad del pueblo, pero
no pueden dejar atrás su sectarismo, ni intolerancia y son incapaces de
concertar. Critican a la Iglesia, pero
son tan dogmáticos como ésta.
Los segundos,
los liberales de café, no creo que hayan aprendido de Adam Smith, ni de Raúl
Porras Barnechea. Tienen tribunas en ciertos medios de comunicación, y están
metidos en muchos partidos políticos, invirtiendo fuerte en estos días. Quieren un estado que regule menos en lo laboral, y financiero, que cobre menos impuestos, y que no maneje
ninguna empresa estatal. Pero, no quieren desparecer el estado, quieren
mantenerlo para que expidan leyes a favor de ciertas empresas, y así “destrabar
las Inversiones”, para que direccione
licitaciones hacía ciertos empresarios, para manejar grandes contratos,
sacándole al vuelta el erario nacional, y engordando así su billetera.
Utilizan el
estado, pero dicen que el mercado regule todo, también el sector educación,
tratando de ignorar que la educación pública ha sostenido el desarrollo de
grandes países. Hacen lobismo por
arriba, usando ciertos estudios jurídicos, y hacen populismo para abajo, como
dirían. Su pragmatismo interesado los lleva a darle menos importancia a los
derechos ciudadanos, y a las libertades democráticas.
Pero ambos
son útiles a la mantención del sistema político y económico, así algunos digan
que quieran cambiarlos y otros mejorarlo. Los primeros porque su discurso continuará
siendo estéril. Los segundos porque digan lo que digan este sistema aunque
imperfecto conserva sus gollorías.
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